miércoles, 13 de julio de 2011

Cuando el emperador hizo silencio.

Ayer mientras yo miraba por la ventana el emperador decidió guardarse sus palabras. Ya no tenia nada más que decir en esto reino de pisos de madera y plantas ornamentales.

El monarca ya no tiene nada más que decir y se ha refugiado todo el día en su habitación. Ya no hay quejas por el desorden en sus territorios ni reclamos por la desobediencia de su mujer.

Los pasillos adornados con pinturas de gran tamaño no hacen eco de los gritos del emperador reclamando la ineptitud de sus súbditos.

Los sembradores ya no se asustan mientras él se pasea por los campos. No les dirá nada porque ya su boca no se abre para otra cosa que no sea ingerir alimentos.

Alimentos que a las cocineras ya no les importa si se pasan de sal o están bien sazonados puesto que ya él no las amenazará con despedirlas.

No sé si el emperador solo se cansó de hablar, o su reino le ha dejado de importar. Puede que sepa que la muerte lo acecha o que nunca logrará los planes que tenía.

Todos le teníamos respeto al jerarca. Respeto no. Todos le teníamos miedo al jerarca.

Hoy le tenemos lástima. Cada vez que se sienta en su trono en sus ojos vemos una agonía que parece no acabar.

Antes yo me asustaba de tener que darle una mala noticia. Me estremecía pensar que me podía desterrar si los asuntos no iban como a él le parecía.

Las noticias cada día son peores, pero ahora lo que me asusta es que con la próxima información que le dé su corazón no resista más.

El emperador debe morir ya, o exiliarse en otros parajes. Si no lo hace pronto rodará su cabeza o el reino se hundirá con él en esas colchas y edredones que visten su cama.

Hoy mientras veo por las ventanas, mi mente me dice que el emperador fue el último en callarse.